La gente que vive en un país democrático, tiene derechos comunes. Respetarlos es algo fundamental, para la sana convivencia. En la actividad política, esta verdad toma una gran dimensión. Aunque las leyes varían de un estado a otro, en democracia hay coincidencias.
La gente tiene derecho a aspirar. No importan el color de la piel, su religión o su falta de esta; sus condiciones de nacimiento, su crianza ni sus errores pasados (siempre que no sean punibles).
La gente tiene derecho a apoyar a su candidata o candidato favorito.
Tiene derecho a rechazar a quien no le guste.
Tiene derecho a manifestarse en la esquina, el patio, sus redes sociales y cualquiera de sus espacios.
Tiene derecho a celebrar sus triunfos y a lamer las heridas producidas por sus derrotas.
Tiene derecho a votar a favor de quien le parezca o le convenga.
Nadie tiene potestad para cercenar los derechos de los demás.
Pero mis derechos y los suyos deben caminar de forma paralela. Si, los suyos no comienzan donde terminan los míos, ni viceversa. Inician y terminan en el mimo lugar. No importa si un filósofo dijo lo contrario. Esta es la realidad.
No se puede exigir respeto cuando se irrespeta. Cuando se insulta por diferencias políticas. Cuando, para expresar rechazo, se utiliza un arsenal de intolerancia, odio y calumnia. O cuando la gente se va al plano personal.
Alcanzaremos la paz cuando respetemos el derecho ajeno.
Solo reflexiono mientras veo, escucho y leo algunas discusiones y expresiones que ponen a temblar a la anhelada paz. Una utilidad de la experiencia, es aconsejar. El lunes 6 de julio tendremos nuevos legisladores electos y los ganadores festejarán, algunos hasta el paroxismo. El martes 7, regresaremos a la normalidad. Luego, en algún momento, los “grandes” encontrarán espacios para darse la mano (o el codo, según va lo del virus) y hasta para compartir causas. Los “chiquitos” que se peleen entre ellos, solo quedarán con el enojo y con nuevos enemigos.
Paz en esta contienda.
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