A la República Dominicana le conviene que en las próximas elecciones el caudillismo caiga derrotado en forma aplastante, tanto por la diferencia de votos como por la magnitud de la victoria de las nuevas generaciones.
Parece muy difícil que así sea en esta ocasión. ¡Caramba, caramba! Y con tanta necesidad.
Es una pena tan grande como la necesidad de superar ese estigma del siglo XIX que sigue sacando cabeza en el XXI como si no pasara nada en el tiempo.
Y no lo será probablemente porque las del 5 de julio serán las elecciones presidenciales y legislativas menos concurridas del país porque se celebrarán a porfía con el coronavirus abriéndose paso por las principales ciudades, con sus miles de infectados y muertos.
Es una pena que el liderazgo político dominicano no estuviera a la altura de comprender la magnitud de la pandemia y buscara un entendimiento para establecer un poder ejecutivo provisional unitario que después del 16 de agosto tomara las riendas de la nación.
Su tarea fundamental sería concentrarse en dominar el contagio del Covid-19, impulsar la economía a partir de la agricultura, la ganadería, la transformación agroindustrial, la minería, la manufactura, el comercio y los servicios, para luego organizar unas elecciones nacionales democráticas en las que los ciudadanos pudieran participar sin miedo ni peligro real.
¡Pero no! ¡Quieren elecciones ahora y las tendrán!, aunque a su manera.
Se necesitaba demasiada sensatez y responsabilidad para retrasar aspiraciones presidenciales desesperadas de políticos dominicanos, desde el último caudillo –Leonel Fernández- hasta jóvenes como Luis Abinader que se considera “Presidente electo”, rueda por las redes a su nombre un “gabinete presidencial”, y así habló cuando declaró que su partido, el PRM, había ganado las elecciones municipales del 15 de marzo.
Lo difícil es saber qué es más importante para ellos entre salvar a los dominicanos y extranjeros que aquí viven, trabajan y estudian, o celebrar unas elecciones con participación de menos del 50 por ciento de los ciudadanos aptos para votar.
Un verdadero líder se ocupa de la salud del pueblo en primer lugar y luego de escalar al poder, sobre todo si el país no está sumido en una crisis política ni enfrenta el peligro de un golpe militar.
Crisis postelectoral
Definitivamente entre los políticos –y aquí entra el PLD con su gobierno- prima el criterio de que las elecciones se celebren el 5 de julio para que no haya un vacío de poder y todo indica que se hará así sin calcular una peligrosa crisis postelectoral.
Y la crisis postelectoral puede venir porque quienes ahora se consideran predestinados para ser el Presidente de agosto y quieren las elecciones aunque el Covid-19 limite la participación y contagie a quienes las organicen y a los que vayan a votar, luego serán los primeros, si caen derrotados, que argumentarán que los comicios “no fueron representativos” y que por tanto no reconocen el triunfo del contrario, y un largo etcétera.
Es claro que si ahora no tienen la sensibilidad para ver las limitaciones del proceso y posponerlo para cuando la gente pueda ir a votar sin peligro para su salud, tampoco la tendrán cuando vean sus aspiraciones rodar al carecer de una mayoría que tiene que ser real para ganar, no virtual como las encuestas asociadas.
En bipartidismo no hay chance
Las elecciones municipales de marzo pasado demostraron que el bipartidismo ha retornado con fuerza, ahora encarnado por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Los votos de ambos partidos representaron más del 70 por ciento del total de los emitidos.
Esa tendencia es natural para las elecciones presidenciales y legislativas porque la gente no vota con la esperanza de perder, sino confiando en que va a ganar.
Pero con unas elecciones mermadas por el peligro y la falta de campaña electoral de motivación como serán las del 5 de julio, el que gane las elecciones no lo hará con los millones de votos que lo han hecho los últimos presidentes electos.
En ese escenario, el último caudillo (Leonel), aunque su candidatura no supere el 7% del voto en dos boletas separadas ni sus partidarios en el Congreso alcancen la mitad de la representación que tienen hoy porque la ganaron en el PLD, se considerará viviente y tiene razón, aunque Gonzalo Castillo y Abinader saquen el 80 por ciento del voto presidencial.
De manera que la lucha contra el caudillismo no concluirá el próximo mes como era deseable, pero se puede afirmar que tampoco constituirá un peligro real para las nuevas generaciones de dirigentes que son infinitamente mayoritarias en este proceso.
Después de todo, lo deseable es que se le derrote en un próximo proceso donde las grandes movilizaciones de masas vayan contra todo el sistema programático que representa, contra sus prácticas, contra sus ambiciones, que son tan grandes que ya golpearon a dirigentes políticos como Margarita Cedeño, Abel Martínez Durán, Dionis Sánchez, y arrojan sin rubor a quien fuera su jefe en el “Sicariato del honor ajeno”, que se corrió invocando sin derecho a un hombre tan pulcro como José Martí.
No hay porvenir para el caudillismo y cuánto lamento que no pueda ser sepultado convenientemente por un “amateur” como Gonzalo, porque las elecciones apenas llenarán un trámite en un trance de peligro para la gente y para la patria.
En los nuevos escenarios de confrontación, afirmados, diremos nuestras verdades, no son, ni por asomo, coincidentes con quienes se visten de mujer siendo hombres para no tener que afrontar “la hora de los hornos”.
¡Cuando pase la tempestad, contaremos las estrellas!
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