Muestra Robert Greene, en su célebre tratado “Las 48 Leyes del Poder”, como la envidia es uno de los sentimientos más destructivos y peligrosos que existen. Mientras instruye sobre formas de ocultar las propias virtudes y así desviar los dardos de la envidia, narra como ese innoble sentimiento fue la fuerza motriz detrás de más de una tragedia histórica. La Biblia, en Eclesiastés 4:4 dice: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu”.
Uno de los síntomas de la envidia es el sentimiento de egoísmo en materia de conocimientos. Profesionales que no quieren que sus pupilos aprendan mucho, pues esto hace decrecer su sentimiento de autoestima inflada. Recuerdo que eso pasó con el actual Código Procesal Penal. Para su aprobación fue necesario vencer la resistencia de muchos profesionales del derecho, acostumbrados al terreno viejo y resistentes a que una nueva generación pudiese dominar mejor, o conseguir un desempeño equivalente bajo las nuevas disposiciones.
En el caso de la noble profesión y oficio del magisterio, para ser buen maestro es necesario vencer la envidia. Jamás les será lícito a los buenos educadores experimentar celos o sentimientos retorcidos hacia la brillantez de sus alumnos, capaces de asimilar todo lo que se les enseñe, de sacar sus propias conclusiones y ampliar horizontes con su esfuerzo y dedicación.
El buen maestro tiene nobleza de sentimientos. Disfruta enseñando, viendo a sus pupilos escalar el Everest y colocar en la cima el gonfalón del triunfo. Ante tal acontecimiento, el buen maestro disfruta en silencio el éxito de sus pupilos y se goza en haber puesto granos de arena, o tal vez ladrillos en esa construcción.
Ocoa está llena de buenas maestras y buenos maestros. Gente noble que ha compartido y comparte sus conocimientos, aspirando a la creación de buenos ciudadanos. Gente cuya alma se llena de regocijo al saber que han sembrado semillas de bienestar.
A propósito de la reciente celebración del Día del Maestro, manifiesto mi reverencia sincera para mis maestras y maestros, tanto en la escuela como fuera de ella. Gracias a su transfusión de conocimientos, y a su estímulo para aprender, soy como soy.
Igualmente yo felicito al magisterio actual, dedicado de manera constante a la enseñanza de los hombres y las mujeres del mañana. Sobre sus hombros descansa el porvenir.
¡Felicidades y bendiciones para el magisterio ocoeño!
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